Por José María Rodríguez Saráchaga
Una persona procesada por la justicia, refleja
esta situación de diversas maneras a través de su lenguaje no verbal: bronca,
pesadez, dolor, indignación, temor, incluso fingida despreocupación, pero el
cuerpo siempre habla. Cristina Kirchner arribó desde Santa Cruz hasta su piso
de Recoleta absolutamente ajena a la gravedad de los hechos que la rodeaban;
como Gloria Swanson en el final de Sunset Bolulevar que en el momento de ser
arrestada miraba a las cámaras de los periodistas convencida de estar filmando
a una película.
Llegó a tribunales vestida como una abogada, con
un traje sastre gris oscuro con rayas verticales más claras; un atuendo que muy
rara vez usó durante toda su presidencia. Contenta, exultante, feliz y
sonriente.
La que salió de tribunales fue otra.
Ostensiblemente afectada y dolida más allá de una falsa sonrisa, sin orbicular
ni sigomático mayor, que sólo mostró unos instantes. Tras una muy larga pausa,
en la que permaneció muda ante el micrófono, se recompuso y volvió la misma
Cristina del final de su mandato. Completamente ajena a su circunstancia, lejos
de sentirse una ciudadana cuestionada por la justicia retomó su personaje de
líder del pueblo, aunque ya sin esa fuerza y ese brillo en los ojos que tenía
antes de la campaña del año pasado.
Con un sinfín de ademanes amenazantes y
acomodándose el pelo incontables veces (siempre ambos lados primero el derecho
y luego el izquierdo) mostraba su nerviosismo como antes hacía con los
micrófonos. Habló así durante más de una hora para repetir el escrito
presentado en Facebook antes que en la justicia. Tema que apenas mencionó por
escasos segundos, pero sólo para relatar lo que ella le “dijo” al juez. Esto
genera un interrogante porque ella lo contó como si hubiera hablado con Bonadío
pero según la información se limitó a presentar un escrito.
Sin embargo, como le sucede a Cristina
habitualmente, cambió su lenguaje corporal cuando habla de su patrimonio. Al
tocar el tema de la ruta del dinero K, más allá de la chicana esgrimida acusa
el golpe, se señaló, bajó la vista, tiró el cuerpo para atrás y bajó los
decibeles. Por eso sale rápido del tema y vuelve a su soliloquio.
En oratoria siempre decimos que lo más importante
es el público; saber a quién se le habla. Cristina Fernández de Kirchner (a
quién solo recordó una vez) habló como es su costumbre sin atender a la presa
para su tropa propia y de a ratos sólo para ella misma. Como ayer cuando ante
quince personas que la saludaban en la puerta de su departamento ella miraba y
saludaba al horizonte donde no había nadie, salvo en su mente o en otra
dimensión.
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